Ha dado usted positivo en las pruebas del covid-19. La noticia cayó sobre mí como un mazazo porque no lo esperaba. Seis días antes había empezado con síntomas: dolor de garganta y fiebre que yo confundí con uno de las típicas faringitis que yo cojo en lo cambios de estación de primavera y otoño junto a millones de españoles de los años sesenta a quienes la autoridad sanitaria de la época nos extirpó las amígdalas por sistema, dejándonos la garganta sin defensas.
Así que cuando me metieron el hisopo por la nariz hasta el sentío, nunca pensé en que saliera positivo. Yo. Que voy como un astronauta. Con doble mascarilla. Que no voy a ningún bar. Que no voy a ninguna fiesta. Pues nada. Lo pillé ¿Cómo? no lo sé con seguridad, pero creo que ha sido en algún supermercado donde no me he lavado bien las manos con el hidroalcohol y he tocado algo contaminado por alguien previamente y luego me he tocado los ojos, porque tengo la mala costumbre de tocarme la cara sin darme cuenta. Así, que pienso que se me ha colado por los ojos. Por culpa de las dichosas gafas. Que si te las pones, no ves porque se empañan. Que si te las quitas, no ves porque las necesitas.